lunes, 29 de abril de 2013

Horacio, Cavafis, o el espejo

¡Un poeta romano y un poeta neogriego! Aunque quizá el menos romano de los poetas y otro poeta que, en definitiva, ya no es griego, más bien, alejandrino. Qué desafío a las fronteras imaginarias que hemos levantado desde el romanticismo entre Roma y Grecia. Cavafis, de hecho, alimenta el mito cuando pone en boca de un espectador el desprecio por el teatro de Terencio, débil sombra de la comedia griega de Menandro. Sin embargo, en este poema asistimos a la incondicional admiración que el poeta neogriego siente por el romano Horacio, acaso, repetimos, por ser tan poco romano. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE


Desde que con veintidós años, más o menos, compré en la librería Quevedo de Alcobendas un libro de poemas sobre Cavafis, ni mi visión de la poesía ni mi propio goce de su lectura ha vuelto a ser la misma. Fue en una edición bilingüe donde intuí el calor reconfortante de sus ideas e intuiciones, donde me sorprendió especialmente el asunto de la “sensación amada”, que tanto me ha acompañado a lo largo del tiempo. Me asombró también el recurso a personajes de la historia antigua, en especial poetas y estudiosos, usados como símbolos de aquellas mismas ideas y sensaciones. Toda su poesía es una mirada al menos a tres tiempos, el del poeta, el de la Antigüedad, y el tiempo silencioso del lector, que asocia a su particular experiencia unas lecturas a las que siempre le es posible volver, pero jamás en las mismas condiciones vitales en que emprendió tal lectura. Cavafis es mi recuerdo de los “felices” años ochenta, o algunas veladas infinitas con mi profesora de griego, Beatriz Cabello, junto a otros compañeros de estudio y amistad. Tampoco llego a saber porqué no emprendí aquel trabajo sobre la idea de sensación en Cavafis. Mi maestro de literatura griega, el también llorado José García Blanco, me invitó a leer textos sobre epicureísmo para ir haciéndome una idea. Yo quería trazar un puente desde la “ésthisis” cavafiana hasta la “sensation” de Proust, quizá pasando por Pessoa. Pero el tiempo me llevó hasta los romanos. Por ello, desde esta nostalgia por lo griego que también es mi nostalgia, leo siempre con emoción este poema cavafiano acerca de Horacio, que puede encontrarse dentro del grupo de sus “poemas proscritos”):

“HORACIO EN ATENAS (1899)

En la mansión de la hetera Lea,
donde se juntan la elegancia, la riqueza y el mullido lecho,
conversa un joven con jazmines en las manos.
Ornan sus dedos muchas piedras,

lleva un manto de seda blanca
con rojos bordados orientales.
Su lengua es ática y pura,
mas un ligero acento en su fonética

delata al Tíber y al Lacio,
el joven confiesa su amor
y en silencio lo escucha la ateniense

a su locuaz amante Horacio.
Y con asombro descubre nuevos universos de Belleza
en la Pasión de este gran Romano.” (trad. de Pedro Bádenas)

Un romano que habla en griego, que no parece romano, salvo por un ligero acento en su forma de hablar. El poema, por si no os habéis dado cuenta, es un cuadro de Alma Tadema, como el que ilustra este texto, y Horacio, en realidad, es el espejo donde se mira la hetera Lea y también nos miramos nosotros. FRANCISCO GARCÍA JURADO