sábado, 8 de diciembre de 2012

Pompeya, una ciudad con dos vidas

Una vez más, volvemos a Pompeya con la alegría de reconocer ya en ella una parte de nuestras emociones y recuerdos más felices. Todavía recordamos el educado grupo de estudiantes colombianos con quienes compartimos la visita de alguna de las casas que tan sólo podían visitarse previa concertación de la visita. Les guiaba su profesora de latín, una persona amabilísima. Aquella mezcla de ruinas y de juventud dorada, de pasado insigne que motiva un viaje inolvidable es, en buena medida, la que ha hecho de Pompeya un lugar de peregrinación obligada desde el mismo siglo XVIII. POR MARÍA JOSÉ BARRIOS CASTRO Y FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
Hace ya tiempo que acariciamos la idea de emprender un ambicioso viaje que quisiéramos titular "Recontrucción de la mirada: el Grand Tour". El profesor José María Luzón nos puso la miel en los labios cuando organizó, hace unos años, la exposición sobre el Westmorland, la fragata proveniente de Livorno que iba cargada con un imponente cargamento de recuerdos procedentes de uno de aquellos viajes, y que terminaron en España, concretamente en la Real Academia de Bellas Artes. El Museo Getty organizó, asimismo, una magnífica exposición sobre aquel "Gran" recorrido que sólo pudimos visitar de manera virtual, aunque luego, en las tiendas del Palacio Real, pudimos encontrar uno de sus souvenirs, la réplica de una cajita de pequeños medallones ("Intaglio Colletion") que reproducen esculturas de la Antigüedad (podéis verla en la fotografiada más abajo). Aquí está el origen de los recuerdos turísticos que luego, con tan mal gusto (excepto los del Metropolitan y algún otro museo) proliferan por los tenderetes de lugares arqueológicos. Quizá el gran libro de las Antigüedades de Sir William Hamilton terminó por completar esta colección de sueños, pues no deja de ser, en su formato infolio, un verdadero museo de la Antigüedad vista a través de los ojos del siglo XVIII. Hamilton estuvo enamorado del Vesubio como quizá pocas personas pueden enamorarse de un volcán. El hecho de que en el Westmorland también fuera uno de aquellos ejemplares ilustrados sobre el volcán cierra magnífcamente este círculo mágico.
En nuestro afán por reconstruir el Gran Tour de los jóvenes ingleses del siglo XVIII como verdadero viaje de iniciación, por un lado, y de reinvención de la Antigüedad, por otro, nos encontramos con los magníficos lugares de Herculano (en la foto de arriba) y Pompeya.

Como apunta Mary Beard en un reciente libro sobre Pompeya, la ciudad ha tenido dos vidas, una antigua y otra moderna. En realidad, se trata de existencias distintas, con habitantes que nada tienen que ver entre ellos. Estamos hablando, naturalmente, de los antiguos pompeyanos y de los nuevos descubridores, a los que han seguido otros extraños habitantes, más bien invasores, llamados turistas.
El descubrimiento de Pompeya fue una revelación tanto para el conocimiento de la Antigüedad y la vida cotidiana como un importante motivo de inspiración estética (el estilo pompeyano influyó sobre la decoración palaciega a partir del siglo XVIII). De manera fortuita, el día 2 de abril de 1748 aparecieron los primeros restos de Pompeya. Son los tiempos del próspero reinado de Carlos VII de Nápoles, futuro rey Carlos III de España. Un ingeniero español al servicio del rey, Roque Joaquín de Alcubierre (1702-1780), emprendió las excavaciones por medio de túneles sin saber todavía que lo que estaba bajo sus pies era la ciudad de Pompeya. La Historia parece haber sepultado al ingeniero durante mucho tiempo, al igual que la ciudad que descubrió. Uno de sus grandes detractores fue Johann Joachim Winckelmann, padre de la moderna historia del arte y por aquel entonces conservador de las antigüedades del Vaticano. Éste no creyó que en aquel lugar donde excavaba Alcubierre fueran a aparecer objetos artísticos ni confió jamás en los conocimientos arqueológicos del ingeniero español. Sin embargo, Pompeya volvió a la Historia, en este caso la historia moderna, repleta de tesoros artísticos y arqueológicos que acarrearon nuevos problemas. El principal era la condición de “cantera arqueológica” que adquirió el lugar durante muchos años, para el embellecimiento de los lugares de la corte. Cuando Goethe visita estas ruinas el 18 de marzo de 1787 se lamenta de que las excavaciones no se realizaran de manera metódica a cargo de mineros alemanes. Ya sabemos que cada época tiene su forma de hacer arqueología, pero no le faltaba razón.
No será hasta el siglo XIX cuando Giuseppe Fiorelli (1823-1896), catedrático de Arqueología en Nápoles, se hizo cargo de la excavación científica de Pompeya. Fiorelli ordenó la excavación metódica y limpió las calles para poder establecer de esta manera un plano de la ciudad, enumerando las insulae o manzanas. Una de las cosas más importantes fue el cambio de método ante los hallazgos, ya que ahora se hizo pertinente la localización precisa de cada objeto. Asimismo, Fiorelli ideó una forma de rellenar con una sustancia parecida al yeso las oquedades que habían dejado dentro de la lava los cuerpos y objetos perecederos. De esta forma, logró extraer impresionantes moldes que reproducían con exactitud y crudeza las posiciones adoptadas por los seres vivos, animales y personas, en el momento de su muerte.
Pero tan importantes como los descubrimientos arqueológicos en sí son sus interpretaciones modernas. Los nombres que se dan a las casas hoy día no dejan de ser ingeniosas invenciones. Es el caso de la llamada casa del moralista, denominada así por las inscripciones donde se nos prohíbe echar miradas lascivas, tentar a las mujeres ajenas o ser soez. Otra de las casas, la llamada del poeta trágico, se denominó de esta manera por sus pinturas relativas a la tragedia griega. Esta casa inspiró una de las más hermosas y famosas recreaciones literarias en la novela Los últimos días de Pompeya. Así lo vemos cuando habla uno de los personajes:

“Sin embargo, te agradan los eruditos, y el amor que sientes hacia la poesía, bien claramente se descubre en la pinturas de tu casa, donde admiramos a Esquilo y a Homero; al género dramático y a la epopeya.”

Quizá la mejor de todas estas modernas denominaciones sea la que ha puesto nombre a la propia erupción del volcán, llamada “pliniana” en honor del gran naturalista que allí encontró la muerte.
De todo lo encontrado en Pompeya, lo que mas tabúes ha supuesto para la interpretación moderna ha sido la propia mentalidad sexual romana. No fue hasta el 24 de agosto del año 2000 cuando el Museo Arqueológico de Nápoles se decidió a reabrir las salas de su Gabinete Secreto, integrado por 312 obras que han estado ocultas durante dos siglos. El gabinete, también llamado erótico, se creó en 1763 y permaneció expuesto con normalidad hasta 1819, cuando tras una visita con su hija de Francisco I, duque de Calabria y futuro rey de Nápoles, se decidió que a partir de ese momento sólo podrían contemplar aquellas piezas personas maduras y de buena reputación. El cambio de denominación del gabinete va desde el eufemismo de “secreto” hasta el juicio moral: “Colección pornográfica”. El historiador del arte Brian Sewell destaca la abundancia que hay en él de grandes falos, originariamente situados en los huertos como símbolo de fertilidad, y sugiere que aquellos descomunales miembros viriles, pintados de rojo, terminaron evolucionando hasta convertirse en nuestros famosos gnomos o enanos de jardín.
Pero si el sexo es impactante, no lo es menos la propia muerte. Los impresionantes vaciados de seres humanos, cuya huella ha permanecido al cabo de los siglos tras deshacerse la materia orgánica bajo la lava seca, son posiblemente el testimonio más conmovedor de cuantas cosas podemos admirar en la ciudad fantasma: no dejan de ser aire que se ha vuelto Historia. Ese mismo vacío es el que puede sentirse al pasear por aquellas calles, que hoy parecen intactas si las comparamos con otras ruinas de la Antigüedad donde sí se ha hecho presente y palpable el devastador paso del tiempo. También tenemos la misma sensación al entrar en las casas y los diferentes lugares. Aquella vida cotidiana, despojada de sus protagonistas, hoy vive ya para siempre en nuestro imaginario moderno. María José Barrios Castro y Francisco García Jurado. Doctores en Filología Clásicas y miembros del Grupo UCM de Investigación "Historiografía de la literatura griega y latina en España"

domingo, 2 de diciembre de 2012

La corrección política llega a los textos latinos: el caso de Julio César


Según las nuevas directivas de uno de los más altos organismos de la UNASCO, dedicado precisamente a la educación, los textos de la Antigüedad mantienen claros “casos de incorrección política” que, leídos con descuido y sin el suficiente carácter crítico, podrían inculcar valores “poco tolerantes entre los alumnos”. Naturalmente, para poder “corregir” la inadecuación de estos trasnochados valores se hace necesaria la labor del docente, pero el organismo oficial propone una solución más sencilla: “adaptar” los textos al nuevo contexto multicultural. El conocido comienzo de la Guerra de las Galias de César es, a este respecto, muy ilustrativo. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO

Los alumnos de latín recordarán este conocido texto inaugural de la Guerra de las Galias:

Gallia est omnis divisa in partes tres, quarum unam incolunt Belgae, aliam Aquitani, tertiam qui ipsorum lingua Celtae, nostra Galli appellantur. Hi omnes lingua, institutis, legibus inter se differunt. Gallos ab Aquitanis Garumna flumen, a Belgis Matrona et Sequana dividit. Horum omnium fortissimi sunt Belgae, propterea quod a cultu atque humanitate provinciae longissime absunt, minimeque ad eos mercatores saepe commeant atque ea quae ad effeminandos animos pertinent important, proximique sunt Germanis, qui trans Rhenum incolunt, quibuscum continenter bellum gerunt.

Ensayo una apresurada traducción

Toda la Galia esta dividida en tres partes,  una de las cuales habitan los belgas, otra los aquitanos, y la tercera quienes en su propia lengua se llaman celtas y en la nuestra galos (1). Todos estos difieren entre sí por su lengua, instituciones y leyes. El río Garona separa a los galos de los aquitanos, y el río Marne y el Sena de los belgas. De todos estos, los más fieros (2) son los belgas, dado que están muy apartados de los refinamientos y educación (3) de la provincia, y rara vez llegan hasta ellos los mercaderes y les llevan esas cosas que sirven para afeminar los ánimos (4), y asimismo están muy cerca de los germanos que habitan a la otra orilla del Rin, con quienes contienden de manera habitual (5).

 El informe oficial de la UNASCO señala cinco aspectos “revisables” en este texto que deberían “adaptarse” a un pensamiento más tolerante y respetuoso con los “valores actuales de nuestra convivencia”. En cuanto al punto (1), sobre el hecho de que los romanos llamen “galos” a los celtas, el informe especifica lo siguiente: “aunque se trate de una forma ya común”, los celtas deben ser denominados en su lengua de origen y no en la de los foráneos. De esta forma, la Galia es un término impuesto, y la propia denominación debería cambiarse como "región celta". El punto (2), relativo a la fiereza extrema de los belgas, se afirma lo siguiente: “la fiereza es un juicio de valor subjetivo por parte del autor de la obra, que probablemente obedece más bien a la idiosincrasia cultural de este pueblo”. Mucho peor es, según el informe, las razones a las que se atribuye esta fiereza, pues “se llega a confundir con la brutalidad y la barbarie”. Nos referimos, naturalmente, a (3), es decir, al alejamiento de “los refinamientos y la educación”, pues, según el informe, tales aspectos no son más que “una forma de colonización por parte del imperio de Roma”. Muy severo se muestra el informe con respecto al uso de “effeminandos” que aparece en (4), dado que hay un “gratuito juicio sexista, donde el término afeminar se considera sinónimo de debilitar, de manera que se entiende defectivamente que las mujeres son débiles e inferiores”. Finalmente, no gusta en el informe la última frase del párrafo citado, indicada con (5) y relativa a las luchas habituales con los germanos, pues “no debe animarse a los alumnos a contender con el vecino, especialmente si la única razón que hay para contender es la de ser vecino”. Para que no se vea que el informe es completamente negativo, se elogia mucho una de las frases contenidas en el texto, en particular la siguiente: “Todos estos difieren entre sí por su lengua, instituciones y leyes”, pues, según los expertos evaluadores, “aquí se reconoce, aunque sea de una manera obligada y no necesariamente positiva, las naturales diferencias que deben existir entre los diferentes pueblos, a cuyo aniquilamiento contribuyó de manera decisiva el imperialismo romano, en  lugar de haberse creado una Europa de las tribus naturales”. En fin, el informe concluye con la siguiente remodelación del texto que yo les ofrezco ya adaptada a mi propia traducción:

TEXTO ADAPTADO A LA NORMATIVA

Toda la REGIÓN CELTA (que no Galia) esta dividida en tres partes,  una de las cuales habitan los belgas, otra los aquitanos, y la tercera quienes en su propia lengua se llaman celtas y en la nuestra DEBERÍAN LLAMARSE IGUALMENTE CELTAS (1). Todos estos difieren, Y ESTO ES MUY LOABLE, EN ARAS A UN CORRECTO ENTENDIMIENTO DE LAS DIFERENCIAS INTERCULTURALES, entre sí por su lengua, instituciones y leyes. El río Garona separa a los CELTAS (no galos) de los aquitanos, y el río Marne y el Sena de los belgas. De todos estos, los QUE TIENEN UNAS COSTUMBRES CULTURALES MÁS DINÁMICAS (2) son los belgas, dado que están muy apartados de USOS Y COSTUMBRES DEL IMPERIALISMO CULTURAL Y GLOBALIZADOR DE LOS ROMANOS (3) de la provincia, y rara vez llegan hasta ellos los mercaderes y les llevan esas cosas que sirven para DEBILITAR los COMPORTAMIENTOS DECLARADAMENTE MACHISTAS (4), y asimismo están muy cerca de los germanos que habitan a la otra orilla del Rin, con quienes MANTIENEN UN TRATO SOSTENIBLE de manera habitual (5).

Ustedes juzguen lo que les parecezca oportuno. FRANCISCO GARCÍA JURADO