viernes, 13 de julio de 2012

Educación liberal, educación absolutista: el juguete roto

La mejor manera que conozco para comprender algo la Historia pasada es considerarla desde el ámbito que me resulta más cercano: la educación, especialmente la de las humanidades clásicas. Este hecho motivó, entre otras cosas, una de las empresas que más desvelos, ilusiones y desengaños me ha proporcionado: la creación del Grupo de Investigación UCM “Historiografía de la literatura grecolatina en España”. Este año se está conmemorando la Constitución de 1812, resultado incierto de la tensión entre el pensamiento liberal frente al absolutismo. Es mi deseo hacer unas breves reflexiones, casi esquemáticas, acerca de lo que ello supuso en el plano de la educación que va de 1820 a 1824. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
Para Leonardo Romero.
Trazar un panorama político diáfano de la época, como pretenden hacer nuestros iletrados políticos, es decir, un panorama de “buenos” y de “malos”, resulta tan ingenuo como tristemente falaz. Ver hoy día a un borbón defender la Constitución de Cádiz resulta grotesco, especialmente tras el nuevo pacto de silencio impuesto en torno a los tejemanejes millonarios de sus familiares. Los distintos frentes no sólo se oponen, sino que a menudo se solapan: “absolutistas” frente a “liberales”, pero también “patriotas” frente a “afrancesados”. En este sentido, podemos encontrar liberales afrancesados frente a liberales patriotas, o absolutistas que pudieron cambiar sin problema de chaqueta para ponerse de parte del nuevo orden político traído por José I. Todo esto, sin contar con la propia tensión familiar entre Carlos IV y el incipiente Fernando VII, probablemente uno de los personajes más siniestros de la Historia de España. Curiosamente, el estado de la educación es fruto de estas sutiles tensiones. Me remito simplemente a dos casos concretos, pero bien significativos: dentro de la esfera liberal destaco la creación a instancias de Alberto Lista (en la imagen) del Colegio de San Mateo, en 1821, y como ejemplo de involución absolutista señalaré la promulgación de la Real Cédula de las Escuelas de Latinidad de Calomarde (1824), uno de cuyos ejemplares tengo el gusto de conservar en mi biblioteca. El Colegio Libre de San Mateo, al que han dedicado páginas notables Hans Juretschke y Carmen Simón-Palmer, fue creado por el liberal Alberto Lista a su regreso a Madrid en 1820, al comienzo del llamado trienio liberal. Los liberales afrancesados habían sido restituidos en teoría, pero pronto se comprobó que en la práctica eran personas inhabilitadas para ejercer cargos públicos, como pudiera ser dar clase en los Estudios de San Isidro. Ello llevó a Lista a crear un colegio privado en la madrileña calle de San Mateo, la calle donde hoy día podemos visitar el Museo del Romanticismo. De sus aulas salieron personas muy representativas para la vida cultural del siglo XIX, como Larra, cuya formación latina recibió allí. Precisamente, en el cuadro docente del colegio estaba el poeta neoclásico José Mamerto Gómez Hermosilla para impartir las lenguas clásicas. Hermosilla era, por aquel entonces, un afrancesado que había recibido los más altos honores de José I. Sin embargo, el poeta neoclásico no dudó en derivar al absolutismo más recalcitrante en 1823.
No en vano, Hermosilla es, como ha demostrado la profesora López del Castillo, el redactor del documento de la Real Cédula de las Escuelas de Latinidad de Calomarde, cuando termina abruptamente el trienio liberal y Fernando VII descarga sobre España el terror absolutista a partir de 1824. En este documento, que he leído con calma, los ciudadanos vuelven a la condición de súbditos, y se regresa a presupuestos educativos propios del absolutismo político del siglo XVIII. Entre otras cosas, los planteamientos históricos quedan fuera de juego, y no regresarán al panorama educativo hasta los tiempos del liberalismo moderado al que no tuvieron más remedio que adscribirse la regente María Cristina y su hija Isabel II. Como vemos, la educación siempre ha sido un juguete roto de la política. FRANCISCO GARCÍA JURADO

lunes, 9 de julio de 2012

Metáforas del aprendizaje: la historia cultural

"Alimentar", "construir", "ir por delante" o "guiar". Estos son algunos de los verbos fundamentales que han contribuido a enriquecer la noción de enseñar a lo largo de los siglos. Hoy sólo quería hablar acerca de la metáfora del camino, la que ha dado lugar al término curriculum. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
La imagen que podéis ver junto a estas líneas corresponde a un precioso frontispicio que aparece en la primera edición (1716) de la Historia Critica Latinae Linguae de G. Walchius. Como podréis comprobar si ampliáis la ilustración, en ella aparecen dos caminos, o vías, que llevan (o no) hasta los confines imaginarios del Lacio, representado aquí con una puerta que recuerda bastante al Arco de Septimio Severo, en Roma. La vía que vemos a la izquierda es recta y firme. Los niños pueden andar por ella sin temor a tropezar y caer. El preceptor (en esta palabra aparece el preverbio PRAE- que indica "estar por delante"), en este caso, no les precede, sino que los conduce a la manera de lo que hace un pastor con sus ovejas. Esta acción se expresa en latín mediante el verbo AGERE. La vía de la derecha, sin embargo, es tortuosa y, además, está llena de obstáculos que provocan la caída de los niños. Estos, en lugar del llegar al Vetus Latium, se ven desviados a la Insula Barbarorum. Los preceptores, asimismo, encarnan modelos contrapuestos. El buen preceptor se muestra dialogante y paternal, y señala con su dedo índice el lugar al que deben llegar sus discípulos. El mal preceptor sostiene una férula y, curiosamente, lleva sombrero y lentes, que lo afean bastante. En lugar de dialogar con sus alumnos, el mal preceptor dicta lo que dice el libro que sostiene en su mano izquierda. La aparente ingenuidad del grabado, que no hubiera descubierto, por cierto, en caso de haberme quedado en la segunda edición de la obra de Walchius, encierra todo un imaginario educativo digno de ser tenido en cuenta. Los versos de Virgilio que aparecen al pie del grabado confieren a la metáfora la dignidad de la historia mítica de Roma: los niños van al Lacio de la misma manera que Eneas llegó allí tras la caída de Troya, en busca de una tierra prometida: tendimus in Latium. Esta imagen de la Via in Latium que nos lleva, precisamente, al territorio de la República literaria ha sido de lo más productivo e incluso ha motivado el título de algunos libros. Pongamos dos ejemplos significativos sin salir de España. En 1792, Fray Vicente Navas publica su Compendiaria via in Graeciam e in Latium con el pseudónimo de Casto González Emeritense. En 1924, el latinista y sacerdote aragonés Pascual Galindo Romeo da a las prensas su Viam ad Latium. Ambos libros, en la distancia temporal que los separa, suponen pequeños hitos para el estudio cabal de la enseñanza del latín en España. El primero, de 1792, introduce el conocimiento de lo que por aquel entonces se llamaba Historia literaria, pero que tuvo un vida efímera. El segundo, de 1924, introduce el canon arcaico y tardío de la latinidad para el conocimiento de la historia de la lengua latina. Tales aspectos, en su sutileza y discreción, configuran también parte de nuestra historia educativa, pero si no los estudiamos y reivindicamos los profesores de latín jamás saldrán a la luz. Cada vez me siento más fascinado por los estudios relativos a la historia cultural de los estudios clásicos en la España moderna. Hoy sólo quería daros una brevísima muestra. FRANCISCO GARCÍA JURADO