viernes, 28 de enero de 2011

LA CONVERSACIÓN IMAGINARIA CON EL LECTOR: REPRESENTACIÓN DEL AUTOR

Dado que hace unos días reflexionábamos sobre algunos aspectos orales de la escritura, hoy vamos a proseguir en esa línea trayendo aquí otra circunstancia que crea la ilusión de que conversamos cuando leemos. Se trata, precisamente, de la representación que nos hacemos del autor. Una vez más, Aulo Gelio y Montaigne nos sirven de ejemplo. FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
No es posible tener una conversación con alguien a quien no podemos imaginar o, al menos, representarnos como una persona. En este sentido, tanto Gelio como Montaigne intentan aparecer ante sus lectores mediante una estudiada representación de sí mismos. Para el primer caso, ya el mismo título de la obra, Noches áticas, resulta toda una muestra de este arte de la representación. Es un titulo sorprendente, pues no se refiere al contenido del libro, sino a las circunstancias de su composición. En cierto sentido, recuerda a lo que hacía Aristóteles con respecto al momento del día en que impartía su enseñanza: un hecho aparentemente circunstancial da lugar a un titulo. Según James Ker , la alusión a las circunstancias en que el libro de Gelio fue compuesto, precisamente durante la noche y en la soledad del estudio, supone ya un esfuerzo de representación del autor ante sus lectores, que pueden imaginarlo mientras estudia y recopila sus materiales:

"Y, dado que comenzamos a disfrutar con la reunión de estos comentarios durante las largas noches invernales en la campiña ática, como ya dije antes, por ello les pusimos simplemente el título de Noches áticas (…)."

Montaigne habla también en su breve prefacio al lector de la intención consciente que le anima a componer su obra, y que no es otra que la de ser visto por sus lectores:

"Si lo hubiera escrito para conseguir el favor del mundo, habríame engalanado mejor y mostraríame en actitud estudiada. Quiero que en él me vean con mis maneras sencillas, naturales y ordinarias, sin disimulo ni artificio: pues píntome a mí mismo."

Tampoco se nos escapa que la misma estructura de ambas obras, sin un orden aparente, presenta unas características cercanas a la de la propia conversación. Las conversaciones no siguen un orden sistemático, un guión preestablecido (otra cosa son las entrevistas, donde puede haber un esquema escrito que guíe la conversación). Por tanto, la miscelánea supone, como la conversación espontánea o los modernos cuadernos de bitácora (blogs), una invitación a improvisar, incluso a elegir, como es el caso de los lectores de Gelio o Montaigne, que pueden abrir sus libros por donde les plazca. Esta libertad de elección no es circunstancial o ajena al contenido mismo de la materia tratada, decididamente asistemática, semejante a una amigable conversación. FRANCISCO GARCÍA JURADO

lunes, 24 de enero de 2011

LÁMPARAS ESTUDIOSAS, IBAN OSCUROS BAJO LA SOMBRA

Desde la última vez que visité los textos de Borges, concretamente lo que he llamado "su Eneida", no había vuelto a leer la dedicatoria que le hace a Leopoldo Lugones, más allá del tiempo, incluso de la lógica interna de las imágenes. Siempre he creído que en esta dedicatoria se encierra un descenso al infierno (y ahora recuerdo a Rubén Florio) cuya rama dorada viene precisamente de una figura retórica, la hipálage, que establece relaciones imprevistas con los adjetivos. De momento, ahí va el texto y la fotografía que ha motivado mi recuerdo. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO.

"A Leopoldo Lugones

Los rumores de la plaza quedan atrás y entro en la Biblioteca. De una manera casi física siento la gravitación de los libros, el ámbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mágicamente. A izquierda y a derecha, absortos en su lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos de los lectores, a la luz de las lámparas estudiosas, como en la hipálage de Milton. Recuerdo haber recordado ya esa figura, en este lugar, y después aquel otro epíteto que también define por el contorno, el árido camello del Lunario, y después aquel hexámetro de la Eneida, que maneja y supera el mismo artificio:

Ibant obscuri sola sub nocte per umbram.

Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos unas cuantas convencionales y cordiales palabras y le doy este libro. Si no me engaño, usted no me malquería, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío. Ello no ocurrió nunca, pero esta vez usted vuelve las páginas y lee con aprobación algún verso, acaso porque en él ha reconocido su propia voz, acaso porque la práctica deficiente le importa menos que la sana teoría.

En este punto se deshace mi sueño, como el agua en el agua. La vasta biblioteca que me rodea está en la calle México, no en la calle Rodríguez Peña, y usted, Lugones, se mató a principios del treinta y ocho. Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible. Así será (me digo) pero mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros tiempos y la cronología se perderá en un orbe de símbolos y de algún modo será justo afirmar que yo le he traído este libro y que usted lo ha aceptado.

J.L.B.

Buenos Aires, 9 de agosto de 1960."

domingo, 23 de enero de 2011

LA CONVERSACIÓN TRANSCRITA COMO RECUERDO

El recuerdo de las conversaciones distendidas e inteligentes con los buenos amigos a veces termina plamado en letra impresa. Es el testimonio de las cosas buenas, de lo realmente vivido. Así lo vemos en dos de mis autores más queridos, Aulo Gelio y Montaigne. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
En otro lugar he intentado indagar en un aspecto no explorado dentro de la obra de Gelio: su nostalgia por Atenas y los años de juventud. En esa nostalgia se puede ver a menudo que se recogen ecos de conversaciones pasadas. Salvar estas conversaciones del olvido implica también un esfuerzo de memoria. La escritura serviría ahora como un remedio a la nostalgia y el olvido, y sirve, en palabras de Dupont ya citadas, como escritura-transcripción de una palabra viva. Así lo vemos en este recuerdo de un simposio o banquete en Atenas:

Sobre las pequeñas indagaciones, llamadas sympoticae, que se trataban durante los banquetes en casa del filósofo Tauro (7, 13)

Esto es lo que hacían y observaban en Atenas aquellos que estaban más ligados al filósofo Tauro: cuando nos convocaba en su casa, a fin de que no acudiéramos, como suele decirse, inmunes y sin poner nada de nuestra parte, no reuníamos con vistas a la cena bocados para comer, sino cuestiones para plantear. De esta forma, cada uno de nosotros iba allí con asuntos ya pensados y dispuesto a plantear problemas, y el comienzo de hablar ponía término a la comida. Sin embargo, no se planteaban asuntos graves ni serios, sino ciertos entimemas graciosos y pequeños que estimulaban el ánimo, ya inflamado por el vino, como éste que voy a exponer, verdadero ejemplo de entretenida sutileza.
Se planteó el problema de cuándo se muere realmente al morir: si cuando ya se encuentra uno en la muerte como tal, o cuando todavía se está en la vida. O cuál es el momento preciso de levantarse, cuando ya se está de pie, o cuando aún se está sentado. Y el que aprende un oficio, cuándo llega a ser un artesano, si cuando ya lo es o cuando aún no lo es. Si contestas que una de las dos posibilidades, será una respuesta absurda y ridícula, pero mucho más absurdo parecerá si respondes que son las dos posibilidades o ninguna. (Aulo Gelio, Noches áticas. Antología, pp. 83-85)

Montaigne también nos habla de sus conversaciones, y cree que el alma se vigoriza con su cultivo, mientras languidece con la lectura:

Es la conversación, a mi parecer, el más fructífero y natural ejercicio del espíritu. Hallo su práctica más dulce que la de cualquier otra acción de nuestra vida; y es este el motivo por el cual, si me viera ahora forzado a elegir, creo que consentiría antes en perder la vista que el oído o el habla. Los atenienses, y también los romanos, honraban mucho este ejercicio en sus academias. En nuestra época conservan los italianos algunos vestigios, como podemos ver si comparamos sus entendimientos con los nuestros. Es el estudio de los libros movimiento lánguido y débil que no enardece mientras que la conversación enseña y ejercita a un tiempo. Si converso con alma fuerte y duro adversario, atácame por los flancos, espoléame por un lado y por otro; sus ideas impulsan a las mías; los celos, la gloria, la emulación, me empujan y me elevan por encima de mí mismo, y es la unanimidad cosa muy tediosa en la conversación. (Montaigne, “Del arte de conversar”, Ensayos completos. Traducción de Almudena Montojo, Madrid, Cátedra, 2003, p. 892)

Tanto Gelio como Montaigne consideran superior la palabra oral, propia de la conversación. La escritura se convierte así en una suerte de mal menor, pálido recurso para transcribir ciertas experiencias vividas. Además, en el caso de Gelio, este problema se agudiza por tener que trasladar al latín vivencias que han tenido lugar usando la lengua griega. FRANCISCO GARCÍA JURADO