martes, 7 de diciembre de 2010

ALEJANDRO MAGNO Y ARISTÓTELES: LA LECCIÓN DE UN MAESTRO

Ahora que en Madrid podemos disfrutar de la gran exposición sobre Alejandro Magno (Salas de Exposiciones del Canal de Isabel II), me ha parecido oportuno recordar alguna anécdota. En particular, voy a referirme a una que nos transmite el erudito latino Aulo Gelio. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE

Cartas de Alejandro y de Aristóteles en su original griego y traducidas al latín (20,5)

Se dice que el filósofo Aristóteles, maestro del rey Alejandro, tenía, entre los comentarios y disciplinas que transmitía a sus discípulos, dos tipos de libros. A unos los llamaba exotéricos, y a los otros acroamáticos. Los exotéricos eran aquellos que conducían a las meditaciones sobre retórica, a la capacidad de argumentar y al conocimiento de los asuntos civiles, los acroamáticos, por su parte, eran aquellos donde se trataba un saber más remoto y sutil y todo aquello que concernía a la contemplación de la naturaleza y las discusiones dialécticas. A la enseñanza de esta disciplina acroamática ya referida dedicaba la mañana en el Liceo y no admitía sin más a cualquiera, a no ser que hubiera tenido antes ocasión de examinar su ingenio, los contenidos de su erudición, disposición y entrega al estudio. Sin embargo, en el mismo lugar, pero ya por la tarde, disertaba sobre las disciplinas exotéricas, y éstas se las ofrecía a todo tipo de jóvenes. Así pues, a esta última la llamaba “paseo vespertino”, mientras que a la primera la denominaba “paseo matutino”, dado que en uno y otro caso la disertación la hacía paseando. También dividió sus propios libros, comentarios de todas esas lecciones, de forma que unos se llamaron exotéricos y los otros acroamáticos.
Mas, como Alejandro, que por aquel entonces dominaba casi toda Asia con el poder de su ejército y que al mismo rey Darío perseguía entre batallas y victorias, se enteró de que su maestro había editado los libros del género acroamático para el vulgo, a pesar de encontrarse ocupado en tan importantes empresas, envió una carta a Aristóteles para decirle que no obraba correctamente al publicar y divulgar tales disciplinas, aquellas en las que él mismo había sido instruido. Estas fueron sus palabras: “Pues, ¿podremos sobresalir de entre los demás en algún conocimiento si éstos que hemos recibido de ti se hacen en adelante materia común de todos? Ciertamente preferiría destacar en conocimiento que en recursos y magnificencia.”
Aristóteles le respondió de esta forma: “Has de saber que los libros acroamáticos, esos cuya publicación lamentas porque a partir de ahora no van a permanecer escondidos como arcanos, ni están publicados ni dejan de estarlo, ya que éstos sólo serán comprensibles para aquellos que nos han prestado atención.”
He tomado los textos de una y otra carta del libro del filósofo Andrónico. ¿Acaso no [es una característica notable] en la epístola de uno y otro el hilo sutilísimo de su elegante concisión?

Alejandro saluda a Aristóteles.

No has obrado bien al publicar los libros acroamáticos. Pues, precisamente, ¿en qué nos vamos a diferenciar de los demás si cada uno de los libros de los que hemos aprendido van a ser públicos para todos? Yo, en verdad, preferiría sobresalir por el conocimiento y la práctica de las cosas excelentes a sobresalir por mi poder. Adiós.

Aristóteles saluda al rey Alejandro.

Me has escrito a propósito de los libros acroamáticos, en la creencia de que es necesario que los guardemos en secreto. Pues bien, has de saber que éstos están tan publicados como no lo están, pues sólo son inteligibles para aquellos que nos han escuchado. Adiós rey Alejandro.

A pesar de haber intentado expresar con una sola palabra la expresión "pues son comprensibles”, no he encontrado otra traducción posible que la que dejó escrita Marco Catón en su libro sexto de los Orígenes: “Así pues”, nos dice, “juzgo que la comprensión sea más comprensible.”

Hasta aquí el texto de Aulo Gelio, y ahora me gustaría añadir los siguientes apuntes. Dos de nuestros maestros intelectuales, Julián Marías y Pedro Laín Entralgo, definen de la siguiente manera en su Historia de la filosofía y de la ciencia (Madrid, Guadarrama, 1965, p. 38) la diferencia entre los libros de Aristóteles: “Aristóteles escribió dos tipos de libros: diálogos destinados al gran público, según parece muy bien escritos; cursos o lecciones dedicados a los temas más profundos, que se conservan sin elaborar, a veces como simples apuntes. Los diálogos, también llamados libros exotéricos, se han perdido y sólo nos quedan algunos fragmentos suyos; de los cursos, o libros esotéricos o acroamáticos se conservan, por azar, la casi totalidad.” Cuando Gelio escribe este comentario, al igual que Plutarco (Alejandro 7), transcribe la correspondencia apócrifa entre Alejandro y Aristóteles. En cierto sentido, la anécdota trata de dar explicación a la obscuridad de ciertos escritos de Aristóteles, cuyo corpus había sido publicado por Andrónico de Rodas unos cien años antes. FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE

domingo, 5 de diciembre de 2010

LUGARES TAN ESENCIALES COMO DESCONOCIDOS: EL MUSEO MAFFEIANO DE VERONA

Los museos vacíos nos proporcionan una sensación de inquieta placidez. Cuántas veces encontramos tesoros que apenas nadie visita, en particular si no se trata de un museo de pintura. Este es el caso del Museo Maffeiano, o la imponente colección de inscripciones antiguas reunidas por el erudito veronés Scipione Maffei (1675-1755) en uno de los primeros espacios públicos creados expresamente para su exposición. Entrar en este museo implica un viaje por el tiempo previo al del lnacimiento de las modernas disciplinas dedicadas al estudio de la Antigüedad. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
Ya sabemos que Verona se relaciona fundamentalmente con Julieta, y ya después con la famosa arena, o el anfiteatro romano que sirve hoy día para la representación operística. Pero Verona esconde tesoros que escapan a la simple percepción del turista medio. Para mí, Verona es, ante todo, la ciudad donde está la Biblioteca Capitular, repleta de tesoros bibliográficos. Pero no menos reseñable es el museo lapidario creado por Scipione Maffei, quien, según he tenido ocasión de leer recientemente en un artículo del sabio profesor Gian Franco Gianotti, tantos desvelos mostró por el estudio razonado de la Antigüedad Clásica. Situado en pleno corazón de Verona, y en un enclave escenográfico, el museo que reseñamos aquí ofrece desde sus salas la panorámica extraordinaria de la Academia Filarmónica. El espacio exterior está dedicado por completo a la exposición de lápidas e inscripciones antiguas. Maffei creía, como luego harán insignes historiadores del siglo XIX, que las inscripciones nos transmitían los testimonios escritos más fidedignos de la Antigüedad, frente a los textos que nos han llegado por transmisión indirecta. Poco a poco, el estudio de las inscripciones pasaba del ámbito de lo meramente curioso a ser parte de la incipiente Historiografía literaria. La nueva formulación de los estudios de la Antigüedad trataba de configurarse con los nuevos conocimientos epigráficos, paleográficos y los propios de la historia literaria. No en vano, los nuevos manuales que irán surgiendo al calor de estas nuevas ideas irán haciendo hueco a los antiguos testimonios de la epigrafía romana en su páginas. El Museo Maffeiano se creó con un ilustrado propósito de utilidad pública. Goethe lo visitó durante su Grand Tour por Italia. Hoy día, cuando revisamos los fundamentos de la moderna historiografía de la literatura griega y latina, debemos pensar que tan singular institución no sólo ocupa un lugar físico en Verona, sino también en nuestra propia forma de entender la relación entre epigrafía y litetarura. FRANCISCO GARCÍA JURADO