sábado, 8 de mayo de 2010

LATÍN, ILUSTRACIÓN Y LIBERALISMO: UNA REVISIÓN DE LAS HUMANIDADES (II)


Dentro de la serie que hemos iniciado sobre la enseñanza del latín durante la transición que va del siglo XVIII al XIX hoy vamos a centrarnos en los tiempos posteriores a las invasiones napoleónicas. Puede haber aún personas a las que les resulte extraño que la enseñanza de una asignatura como ésta, aparentemente inmutable, dependa tanto del acontecer histórico. Pero así es y así lo vamos a seguir contando. Hoy entramos en el mundo del liberalismo. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
En la Europa resultante tras la derrota final de Napoleón Bonaparte se dan cita dos formas de estética: la residual del propio siglo XVIII, que pasará a llamarse de manera despectiva “clasicista”, y la ideología emergente de aquellos que con el tiempo llamaremos “románticos”. España ocupa un nuevo papel en el contexto de esta nueva estética, ya como objeto de estudio en sí de los modernos ideales románticos (la épica, el teatro de Calderón...), ya como incierta receptora de las nuevas ideas. Esta nueva estética, que era el vehículo de un incipiente nacionalismo español (después lo será también de otros nacionalismos), no supo ser aprovechada por los ideólogos de Fernando VII1. El error de no aceptar estas “nuevas ideas” y de aferrarse a unos ideales estéticos “clasicistas” supone una de esas paradojas que nos encontramos constantemente en la Historia, sobre todo cuando en la estética penetra arbitrariamente la carga de la ideología política. Después, los liberales moderados supieron sacarle partido a todo este nuevo ideario estético y político basado en la equivalencia de una lengua, una literatura y una nación. En lo que a la enseñanza de la lengua y la literatura latina respecta, ya se había desarrollado en España una enseñanza acorde con la propia Historia crítica, de carácter ilustrado, en autores como Mayáns o el propio Sempere. Tales propósitos quedan suspendidos ante una vuelta a la enseñanza tradicional del latín asumida a partir de 1823 por los responsables de la educación durante la época de Fernando VII, que marginan tales contenidos históricos, en particular la incipiente Historia literaria, que termina identificándose con el pensamiento liberal. Tal planteamiento no volverá al panorama educativo, consiguientemente, hasta el regreso de los liberales al poder, aunque no de la misma manera en lo pudieron concebir los pensadores ilustrados, pues la nueva asignatura tendrá ya claramente unos presupuestos románticos. De esta forma, mientras la enseñanza del latín continúa desarrollándose desde una perspectiva dominada aún por la estética del clasicismo, la nueva asignatura de orientación histórica se inspirará en las nuevas ideas que sobre todo vienen de Alemania (en particular de Friedrich Schlegel, cuya Historia de la literatura antigua y moderna se traduce al castellano en 1843). Este reparto no implica, naturalmente, una identificación simplista de la enseñanza del latín con el absolutismo, aunque cabe ver tal tendencia si comparamos la mera enseñanza preceptiva del latín legislada por Calomarde (1824) durante la llamada década ominosa de Fernando VII con el planteamiento que de la enseñanza de la literatura latina hace Gil de Zárate (1855) ya en los primeros años del reinado de Isabel II. El primero opta por una estricta enseñanza de la Poética y la Retórica, mientras el segundo incorpora las novedosas enseñanzas de contenidos literarios, ausentes desde los tiempos de la Ilustración:

“Hase visto en la sección tercera cómo quedó organizada en los Institutos la enseñanza del latín, y los principios que guiaron en la organización de esta parte principal de los estudios clásicos. Aunque se creyó que aquello era bastante para saber la lengua de los romanos, tal cual hoy se necesita, esto es, no para hablarla y escribirla, cosa desusada en el día y que lo será más en adelante, sino para la cabal inteligencia de los autores más difíciles; todavía se tuvo por insuficiente semejante estudio para aquellos que en sus respectivas carreras necesitan mayores conocimientos, o desean profundizar más en tan interesante materia. Con este objeto, se estableció en todas las facultades de filosofía un curso especial de Literatura latina, asignatura que jamás había existido en nuestras escuelas. Destinado este curso a conocer todos los escritores que han ilustrado la lengua del Lacio, desde el origen de la república romana hasta la edad media, como igualmente a perfeccionarse en su traducción, forma el complemento de una serie de estudios bien graduados desde los rudimentos hasta lo más arduo; resultando de todo una instrucción muy superior a la que en todos tiempos se había podido adquirir entre nosotros, y preferible a la que comprenden los que sólo buscan el arte de chapurrear una jerga bárbara, y sin aplicación alguna en las costumbres literarias de estos tiempos.” (Antonio Gil de Zárate, De la instrucción publica en España, Oviedo, 1995, p. 117, publicado originalmente en 1855).

En realidad, entre Sempere y Gil de Zárate había ocurrido un hecho singular que va a condicionar la transición entre los tiempos ilustrados y los liberales: al igual que ocurre con la propia enseñanza de la literatura española, se va creando paulatinamente un nuevo paradigma, el de la Historia de la literatura latina frente al de la mera enseñanza de su lengua y los mejores autores, es decir, la Retórica y la Poética. De esta forma, si durante la época de Fernando VII las Escuelas de Latinidad de Calomarde optan por el modelo de estudio tradicional, el nuevo paradigma histórico no aparecerá en el panorama educativo español hasta el decenio de los años 40 del siglo XIX.

FRACISCO GARCÍA JURADO HLGE

martes, 4 de mayo de 2010

LATÍN, ILUSTRACIÓN Y LIBERALISMO: UNA REVISIÓN DE LAS HUMANIDADES (I)


Iniciamos hoy una pequeña serie de textos sobre un capítulo concreto de la historia de la enseñanza del latín. La educación es un fiel reflejo de lo que ocurre en la Historia, tanto de la de ayer como la de hoy. Es así como los grandes hechos históricos y políticos han dejado su huella en el casi invisible mundo de las humanidades. El profundo cambio que experimenta la enseñanza del latín desde finales del siglo XVIII hasta el cuarto decenio del XIX nos servirá para ilustrar esta huella de la Historia en la enseñanza. De hecho, el latín dejó entonces de ser una lengua de comunicación para convertirse tan sólo en una lengua clásica, en una llave para conocer el pasado. Se daba así un paso decisivo para la transmisión del conocimiento por medio de las lenguas modernas. Dos figuras representativas, el erudito ilustrado Juan Sempere y Guarinos (1754-1830) y el político liberal Antonio Gil de Zárate (1796-1861), nos servirán de hilo conductor a través de este complejo cambio. Asimismo, el testimonio de un latinista, Luis de Mata i Araujo (hacia 1785-1846), será fiel reflejo de la profunda transición. FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE


Cuando Sempere y Guarinos tradujo libremente las Reflexiones sobre el buen gusto en las ciencias y en las artes de Ludovio Antonio Muratori (Madrid, 1782), aprovechó la oportunidad para añadir su propio Discurso sobre el gusto actual de los españoles en la literatura. Allí expuso una interesante reflexión acerca de la necesaria reforma de los planes de estudio en España, con sorprendentes reflexiones sobre las lenguas antiguas y las modernas. Tales reflexiones parten de la conocida preferencia de Benito Feijoo (en la imagen) por la lengua francesa, como vemos en el texto del propio Guarinos:

«Esto mismo dio motivo para que se fuera extendiendo el estudio de la lengua francesa, y con ella el conocimiento de los buenos libros con que aquella sabia nación ha adelantado la literatura. Aunque al principio muchos la despreciaban, o por el desafecto a los franceses, o por la falsa persuasión en que estaban nuestros nacionales de que no había más que descubrir en las ciencias que lo que se sabía en nuestro país. Ella fue gustando poco a poco, hasta que llegó a hacerse moda, y a componer una parte de la educación de la nobleza. El padre Feijoo tenía formado un concepto tan elevado de su utilidad, que no dudó en anteponer su estudio al de la griega y demás orientales. Este honor han merecido siempre las lenguas sabias y en las que se publican obras dignas de la inmortalidad.» (Discurso..., pp. 208-212).

Sempere aprueba la opinión de Feijoo favorable al avance de la lengua francesa, pero también es consciente de que las palabras de éste pertenecen a los albores de la Ilustración española[1]. Si bien es verdad que la enseñanza del francés estaba pugnando en la práctica con la del latín, sin embargo, los asertos de Feijoo no parecen entrar en contradicción con la propia consideración positiva que tiene Sempere de las lenguas clásicas. Nuestro autor desea, ante todo, que se libere al latín de una enseñanza viciada, «estéril y fastidiosa». Es ahí donde hay que apreciar la importancia tanto de los propios contenidos –la necesidad del estudio de la Mitología, la Historia, la Elocuencia y la Poesía– como del uso de una lengua moderna para el aprendizaje de la gramática:

«A esta se añadía el mal método con que se enseñaba. Precisados los niños a aprender los preceptos en latín, se disgustaban luego de un estudio tan estéril, y fastidioso, y esta desazón debilitaba el ardor, y el deseo de saber que en ellos es tan natural. Reducida la enseñanza a sólo el estudio seco de las reglas y a la versión literal y servil de tal o cual autor, no de los mejores, carecían de la utilidad de la Mitología, del conocimiento del oculto artificio en que consiste la belleza, y la elegancia de la lengua Latina, de la noticia de los mejores autores de Historia, de Elocuencia, y de Poesía: todo lo cual es indecible cuánta fuerza tiene para civilizar los hombres, siendo éste el motivo porque entre nosotros se llama con mucha propiedad estudio de las Humanidades.» (Discurso..., pp. 238-239).

Prueba de que ya estamos en otro momento de la Ilustración, lejano a los primeros tiempos de Feijoo, es el hecho de que a esta recuperación pedagógica hayan contribuido, en opinión de Sempere, las obras gramaticales de dos grandes ilustrados, Gregorio Mayáns e Juan de Iriarte, así como de los Padres escolapios[2]. Lo cierto es que las obras gramaticales de Mayáns y de Iriarte fueron fruto notable de los intentos de renovación educativa de la lengua latina en la España del siglo XVIII, tras la expulsión de los jesuitas en 1767. Pero lo que supone una verdadera revolución en la consideración del latín por parte del pensamiento ilustrado es su abandono definitivo como lengua de comunicación y para la creación literaria:

«Es verdad que no son ahora tan frecuentes las obras de buena latinidad como en el siglo XVI. Mas esto no es ya por falta de buenos principios, y de ilustración, sino porque la nación va conociendo, como todas las demás de Europa, que la lengua, de que debe hacerse más caso para las obras, que se consagran a la utilidad pública, es la nativa, o la del país donde se habita.» (Discurso..., p. 241).

Es ahí donde las palabras de Feijoo alcanzan todo su sentido. El texto de Sempere sobre el latín es, pues, el resultado de un sutil equilibrio entre las corrientes afrancesadas del pensamiento ilustrado español y las propiamente hispanas. Por tanto, no podemos hablar de una actitud contraria al latín en la cultura hispana de la Ilustración, sino simplemente, de un cambio de actitud que se integra dentro de los deseos de reforma educativa. El Discurso de Sempere es un documento singular, dado que constituye un buen resumen de los ideales educativos de la etapa culminante de la Ilustración española. Por lo demás, las ideas que en él se exponen con respecto a la enseñanza de la lengua latina constituyen una excepcional síntesis de la evolución de los diversos juicios que fueron esgrimiéndose a lo largo del siglo XVIII. El punto de vista de Feijoo y la herencia del humanismo español aparecen ahora singularmente asociados en la consideración de un latín que no debe ya hablarse, pero sí estudiarse como lengua histórica y que, como tal, debe aportar en su enseñanza mucho más que los meros datos gramaticales.

FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE


[1] Como hace notar Luis Gil en su Panorama social del humanismo español (Madrid, 1997, pp. 151-152), el desinterés que Feijoo sentía por las lenguas clásicas está relacionado, curiosamente, con un complejo de inferioridad con respecto a lo español, y es propio del panorama cultural de los primeros decenios del siglo XVIII, ya que hacia la cuarta década se produce un cambio sustancial en las actitudes hacia la renovación de la cultura.
[2] Estos ocuparon una posición clave para la enseñanza del latín tras la expulsión de los jesuitas en 1767, tal y como ha estudiado Javier Espino en su trabajo titulado “Política y enseñanza del latín: liberales y conservadores en la gramática latina durante el reinado de Fernando VII”, Estudios clásicos 123, 2003, pp. 45-65.