viernes, 2 de octubre de 2009

VÍRGENES SUICIDAS (PERO NO ES PARA TANTO)


La Antigüedad nos ha transmitido un enigmático relato, el de las vírgenes milesias, que divaga desde la curiosidad innata de alguno de sus transmisores, como Plutarco y Aulo Gelio, hasta el relato visionario de Schwob. Se trata de una sorprendente historia acerca de unas jóvenes que daban incomprensiblemente en suicicarse. Gelio la relata con el tono de una curiosidad de cierto alcance moral: pudo más el pudor que el miedo a la muerte:

“En el primero de los libros que Plutarco tituló Sobre el alma, al disertar acerca de las enfermedades que afectan al ánimo de las personas, dice que las vírgenes de la nación milesia, casi todas las que había en aquella población, de repente y sin causa evidente tomaron la decisión de darse muerte, y que muchas perdieron después la vida ahorcándose. Al darse esto cada día con más frecuencia, y como no era posible encontrar un remedio que impidiera a éstas continuar en su empeño de quitarse la vida, decretaron los milesios, respecto a aquellas vírgenes cuyos cuerpos fueran encontrados colgados, que con el mismo lazo con el que se hubieran ahorcado todas estas se llevasen a enterrar desnudas. Después de este decreto, las vírgenes no se suicidaron ya, temerosas únicamente de la vergüenza de un entierro tan deshonroso.” (Aulo Gelio, Noches Áticas 15, 10)
Resulta una verdadera joya para el estudio de su tradición literaria que, a finales del siglo XIX, Marcel Schwob recreara esta historia en un cuento dotado de todos los ingredientes de la moderna estética finisecular: muerte, sueño, misterio, belleza... El cuento se titula “Las milesias”, y se encuentra dentro de su libro El rey de la máscara de oro1. En el cuento se narra cómo las vírgenes milesias dan en ahorcarse sin razón aparente, al tiempo que se decide expulsar de la ciudad a las prostitutas, los vendedores de drogas y los filósofos. También se decreta, y éste es el pasaje más cercano a Gelio, que las suicidas sean enterradas desnudas:
“Entonces, los arcontes de la colonia promulgaron un decreto por el cual se ordenaba sepultar a las jóvenes ahorcadas de una manera nueva. Debían ser expuestas al populacho, desnudas, con la soga al cuello, y llevadas así al sepulcro. Se esperaba que, de ese modo, el pudor vencería a la muerte voluntaria (...)” (El rey de la máscara de oro, p. 85).
No obstante, el misterio se terminará desvelando cuando presenciemos la espectral escena donde las vírgenes, desnudas, se enfrentan a un espejo que les anuncia la ruina física que les sobrevendrá con el tiempo.
“La imagen no tenía cabello y bajo la piel de la cabeza corrían venas azules opacas. Sus manos tensas parecían de hueso y las uñas del color del plomo. Así, el espejo presentaba a la virgen milesia el espectáculo de lo que le reservaba la vida. Y en los rasgos de la imagen ella encontraba todos los indicios de semejanza, el movimiento de la frente y la línea, de la nariz y el arco de la boca y la separación de los pechos y sobre todo el color de los ojos, que da el sentido del pensamiento profundo. Aterrorizada por su cuerpo, vergonzosa del porvenir, antes de conocer a Afrodita se colgó de las vigas del gineceo.” (El rey de la máscara de oro, pp. 87-88)
Francisco García Jurado
H.L.G.E.

domingo, 27 de septiembre de 2009

LÁMPARAS ESTUDIOSAS: PREPARACIÓN DE UNA NUEVA MONOGRAFÍA


Como otras tantas veces, dedico este texto a mis colegas del grupo de Historiografía de la Literatura Grecolatina en España (H.L.G.E.)

"A izquierda y a derecha, absortos en su lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos de los lectores, a la luz de las lámparas estudiosas, como en la hipálage de Milton."

Creo que fue la atenta y reiterada lectura de este texto de Borges, el titulado "A Leopoldo Lugones", lo que me hizo fijarme más en cierto detalle de las bibliotecas: sus "lámparas estudiosas". El argentino utiliza una atribución quizá impropia del adjetivo a su objeto: estudiosos son, en todo caso los lectores, cuyos rostros, sin embargo, son "momentáneos", de manera que una circunstancia se convierte en atributo. La vida de los libros, tras la muerte de sus autores, neutraliza los tiempos. Las lámparas de la Biblioteca Pública de Nueva York parecen, en su perfecta disposición, responder perfectamente a la figura borgiana, que a su vez la tomó de Milton. Estas lámparas en hilera bien podrían estar iluminando, una mañana cualquiera de otoño, un libro muy querido: "La Historia de la Literatura grecolatina en el siglo XIX español: espacio social y literario" (Málaga, Analecta Malacitana, 2005). Esta posibilidad es completamente real, pues el libro está disponible en el catálgo de la gloriosa y monumental biblioteca.
Ahora estamos preparando la segunda entrega, que titularemos "La Historia de la Literatura grecolatina durante la Edad de Plata de la Cultura española (1868-1936)". Técnicamente, en nuestras claves internas, es el "HLGE2", y la obra va emergiendo lentamente, capítulo a capítulo, para conformar un volumen que en muchos aspectos plantea cuestiones inéditas. Cómo se refleja la Historia de España en los estudios clásicos es una tarea fascinante aún por descubrir. Una perspectiva concreta que refleja, al mismo tiempo, un microcosmos complejo y rico de matices. El estudio de los manuales escolares decidados a la Historia de las literaturas antigas y sus gramáticas revela cómo el positivismo y el idealismo se encuentran y desencuentran a cada instante en las particulares lecturas que los españoles hacen de estas corrientes de pensamiento. Después pasamos al análisis del mundo editorial y de las traducciones de clásicos, donde observamos cómo las modernas estéticas, como la modernista, recrean los viejos textos: el viejo Homero se vuelve parnasiano. Incluso algún autor, como Plauto, termina siendo inesperadamente una estrella entre los clásicos al calor de nuevos parámetros morales que, ahora sí, admiten abiertamente sus chanzas. No podíamos olvidar qué ocurió con nuestra tímida realidad filológica y científica, de manera que podemos asistir a pequeños-grandes milagros, como la colección de clásicos de la Bernat Metge o el nacimento de la primera revista científica dedicada a la Filología clásica en España: la benemérita revista "Emérita". La creación literaria del momento también se imbuyó de ciertas lecturas antiguas y hasta creó su particular canon: bucolismos virgilianos, en consonancia con la nueva sensibilidad ante el paisaje, o decadencias petronianas, sin olvidar que todavía siguen vigentes las censuras sobre los clásicos. Finalmente, todo una sección dedicada a estudiar la relación de lós clásicos con los emergentes nacionalismos y regionalismos en un contexto donde Séneca es "más español" que nunca: el Noucentisme Catalán, el Rexurdimento gallego, las traducciones al vasco, o el regionalismo asturiano componen esta paricular visión de unas antiguas literaturas universales.
Escribo sobre un libro que todavía no existe como tal, pero que vivirá más allá de quienes lo estamos componiendo. Sé que es peligroso vivir pensando en tiempos que no veremos, porque nos podemos perder el nuestro, pero me gusta imaginar cómo una soledada mañana, en la mitica biblioteca de la Quinta Avenida, un lector de rostro momentáneo leerá al calor de un lámpara estudiosa nuestra nueva monografía, entonces ya vieja, y acaso perciba algo del esfuerzo y la pasión que estamos poniendo en ella.

Francisco García Jurado
H.L.G.E.