viernes, 15 de mayo de 2009

EL MANUAL DE ALBERTO REGULES Y SANZ DEL RÍO (1874)


Como en esas temporadas en que disfruto de mayor calma para "habitar y vivir mi biblioteca", vuelvo hoy a mis temas de historiografía de la literatura con motivo de una reciente y feliz adquisición para mi colección de manuales de literatura griega y latina en España. Tras una larga espera he logrado hacerme con un curioso manual decimonónico de literatura latina, el que en 1874 publica Alberto Regules y San del Río. Nuestro autor también compuso en colaboración una Colección de instituciones políticas y jurídicas de los pueblos modernos y fue durante sus años de estudiante en la Universidad Central de Madrid alumno del inolvidable Alfredo Adolfo Camús. El manual de literatura latina de 1874 es una segunda edición corregida y aumentada a partir de otro publicado en 1871. Es, ciertamente, el primer manual que se publica tras la revolución de 1868, la llamada "gloriosa", que dio lugar al derrocamiento de Isabel II. El libro como tal dará inicio a los manuales de la "Edad de Plata de la Cultura Española" (1868-1936), que son los que ahora estudio y recopilo para un complejo trabajo bibliográfico en el que ya llevo trabajando dos largos años. Es una nueva etapa que supone un paso más allá en el mundo de la historiografía en general. Contemporánea a la segunda edición del libro de Regules es el primer tomo del manual de literatura latina de Canalejas y Méndez. Ambos manuales comparten, además de la fecha, su adscripción académica al magisterio de Alfredo Adolfo Camús. Llama la atención el tono a veces un tanto inesperado que encontramos en el manual cuando habla, por ejemplo, del emperador Claudio: "El estúpido é imbécil Claudio, dado á las comilonas y orgías y dejando gobernar á los libertos, se entretenía en la literatura, é inventó tres letras, que duraron lo que él tardó en morir. La primera era una F puesta al revés para distinguir la U vocal de la V consonante ó de corazón; la segunda llamada anticisma y otra que llaman los franceses U, que participa de la U vocal y de la I." (p. 22). La verdad es que tales comentarios recuerdan a las clases del maestro Camús, siempre presto a convertir el relato de la literatura latina en una amena charla no exenta de cuestiones jocosas. Esta sospecha se convierte casi en evidencia cuando se nos habla sobre Plauto y su uso de "la scortum, la scortum de taberna y la que podemos comparar con la dama cortesana del siglo XVII, que ostentando mas lujo que las honradas matronas, figura entre lo mas escogido de la sociedad." (p. 65). También comparte con el manual de Canalejas y Méndez una visión liberal y progresista, aunque en Canalejas es mucho más evidente, tal y como he tenido ocasión de demostrar en un artículo que está a punto de aparecer en la Revista de Historiografía. Estos pequeños mundos me permiten, como ya he tenido ocasión de contar, recorrer la historia de España desde un punto de vista particular, si bien abarcable. Después de estos manuales vendrán los del decenio de los ochenta, con autores como González Garbín o Álvarez Amandi, época donde se irá formando lo que sólo cincuenta años más tarde llegará a ser la Filología Clásica en España.


Francisco García Jurado

H.L.G.E.

lunes, 11 de mayo de 2009

QUÉ ES UN PEDANTE

No sé por qué, pero me da que ha sido una "lectora" quien me ha enviado un comentario donde me tacha de pedante. Esta persona, que dice seguirme con atención, me recuerda de paso que soy mortal. Pues bien, en todo caso seré un "pedante mortal", algo perfectamente compatible. No obstante, me gustaría recordar a esta persona, que imagino me escribe con cierta gracia desde su anonimato o máscara, qué es lo que la historia de la literatura llama "pedante". Para empezar, esta es la definición que nos da Covarrubias: “El maestro que enseña a los niños; es nombre italiano, del griego pais, paidos, puer.” Si nos damos cuenta, el término, en principio, no es más que eso, pedagogo. Sin embargo, el origen italiano fue lo que hizo posible que se convirtiera en una palabra popular para satirizar cierto personaje de las comedias. Para apreciar bien sus connotaciones negativas debemos acudir a lo que nos cuenta Michel de Montaigne en su ensayo titulado, precisamente, “De la pedantería” (“Du pedantisme”, I, XXV):

“Recuerdo que en mi infancia me desagradaba ver siempre en las comedias italianas un pedante chocarrero, y hallar que el sobrenombre de maestro no tenía mejor significado entre nosotros. Porque, estando yo a cargo de maestros, ¿qué podía hacer sino sentirme celoso de su reputación? Procuraba excusar el caso achacándolo a la natural desavenencia que hay entre el vulgo y las personas raras y excelentes en su juicio y saber al punto de que unos y otros obran de manera del todo distinta; pero aquí me desconcertaba el advertir que los hombres de más valía eran los que más desdeñaban a los pedantes (...)” (Michel de Montaigne, Ensayos Completos. Traducción de Juan G. De Luaces. Notas prologales de Emiliano M. Aguilera, I-III, Barcelona, Orbis, 1985, p. 91).


Esto es lo que quiero recordar a esta querida y amable lectora, o a quien supongo lectora, y no lector, con una sonrisa amable y risueña.


Francisco García Jurado
H.L.G.E.

domingo, 10 de mayo de 2009

UN TRES DE MAYO DE 1808 EN LA REAL ACADEMIA LATINA MATRITENSE


La lectura de viejos libros de actas, como los dedicados a las reuniones de las antiguas academias del siglo XVIII, depara algunos momentos inolvidables. La rutina de las fechas y sus reuniones nos permite mirar a veces, como tras el ojo de una cerradura, una pequeña vida cotidiana que está muy lejos de los grandes acontecimientos. De los pequeños detalles que podría recordar de aquella lectura, recuerdo especialmente unas actas redactadas precisamente el día 3 de mayo de 1808. Hoy día hemos convertido lo que entonces pudo ocurrir en Madrid en materia histórica, en puro acontecimiento. Los cuadros de Goya han grabado en nuestra retina esos momentos, y la historiografía oficial nos ha contado que el pueblo de Madrid se alzó en armas contra los invasores franceses. Aquellos sucesos se han vuelto hoy en materia legendaria, y nos cuesta imaginar que las personas que poblaron aquellos escenarios fueron también de carne y hueso. De carne y hueso eran los preceptores de latinidad que se reunieron al día siguiente (los bárbaros o los cursis dirían que “el día después”) en casa de uno de ellos para celebrar, como de costumbre, su reunión de académicos. Podría pensarse, de hecho yo lo hice, que allí aparecería alguna referencia a lo ocurrido tan sólo unas horas antes. No en vano estamos ante testigos casi directos. Lo curioso es que no hay ni una sola referencia a lo acontecido. Al cabo del tiempo, y tras meditar sobre ello, he llegado a la conclusión de que quizá no sea tan curioso, pues, en definitiva, no somos capaces más que de relatar aquello que creemos comprender. Para estos preceptores de latín, no en vano personas de un siglo anterior, aquel levantamiento no fue otra cosa que un hecho vandálico. Aquellos hombres, cuyos predecesores crearon una academia en 1755 tratando de subirse a la nuevas modas ilustradas (sin comprenderlas), no sentirían lo ocurrido como un hecho heroico. El pueblo de Madrid todavía no había ocupado oficialmente ese lugar en la historia, concedido sobre todo por los nuevos ideales románticos que penetrarían débilmente en España hacia 1820. Aquellos “ilustrados menores”, o “ilustrados de a pie” que eran algunos de estos académicos no podían entender que la “chusma” se convirtiera en “pueblo”. Por esta misma razón tampoco podrían entender aquellos componentes de la Real Academia Latina Matritense lo que terminaría siendo la nueva historia de las literaturas nacionales, legítimas voces de sus respectivos pueblos, frente al universalidad de la poética. Sin darnos cuenta, nos volvemos personas irreales bajo el carro de la historia.

Francisco García Jurado
H.L.G.E.

¿QUIÉN ME LEE? ¿PARA QUIÉN ESCRIBO?


Si sabemos ser inteligentes o, al menos, estar a la altura de nuestras circunstancias vitales, vamos sintiendo el placer de pequeñas libertades de las que sólo podemos disfrutar cuando cumplimos ciertos años. Los "cantos de sirena" que nos van lanzando a uno y otro lado de nuestro camino van dejando de ser, poco a poco, tentadores. Sinceramente, cifro el éxito de mi vida en preferir tomar una tranquila cena con María José en nuestra azotea del ático que acudir a una memorable recepción pública. Me cansa el mundo, pero no mi mundo. Aún así, y ya lejos de simplistas tentaciones vanidosas, todavía me pregunto si alguien me lee, en especial alguno de los libros más sentidos y vividos, como el titulado Borges, autor de la Eneida. Los autores de grandes libros de éxito están acostumbrados a ver, al menos, a muchas personas con sus libros bajo el brazo, e incluso pidiéndoles firmas y dedicatorias (jamás me he sentido bien en la feria del libro, un lugar que me agobia). No creo que tenga lectores, naturalmente, pero sí alguien que haya leído algo escrito por mí. Estas lecturas ocurren en lugares desconocidos, a cargo de personas que quizá nunca veremos, y que se harán de mí una idea acaso falsa, pero que será como otro yo, efímero y paralelo. Ahora con internet podemos, sin embargo, dar con algunas de las huellas de estas lecturas. En un cándido chat de estudiantes tuve la oportunidad de leer cómo una alumna de la Complutense citaba algo del libro sobre Borges, autor de la Eneida, para luego reconocer que no lo había entendido demasiado. Me encantó su frescura y honestidad. Sin embargo, hace unos días, descubrí por casualidad otra página web argentina donde unos buenos lectores habían estado comentando el libro con mayor conocimiento de causa. Fue una grata sorpresa, un pequeño punto en la oscuridad. No soy capaz de reproducir lo que dijeron, sólo me atrevo a poner aquí la dirección web:


Me pareció hermoso, sobre todo, cómo el libro había vivido en sus lecturas. En alguna ocasión dije que no me gustaba la posición que tuve que ocupar como autor de este libro, que hubiera preferido ser también su lector. Así es, no es una impostura.


Francisco García Jurado

H.L.G.E.