viernes, 15 de agosto de 2008

ANA EN HARVARD -suplemento-

Como complemento al texto de Ana, os paso también las tres fotos a las que ella alude en el blog y que no aparecen allí, a saber, dos (las primera y segunda) de la Biblioteca Widener y una (la tercera) del departamento de Clásicas:





ANA EN HARVARD

Ana lleva ya unos días en la Universidad de Harvard con el propósito real de terminar su tesis o tenerla liquidada para cuando vuelva. Le pedía que nos hiciera un pequeño reportaje de su estancia allí, incluyendo algunas fotos, y esto es lo que hoy os ofrezco. Pasamos, pues, el texto de Ana:

"Bueno, ya estoy más asentada en mi nuevo hogar (para los dos próximos meses), y ya me estoy haciendo a la vida harvardiana. Por aquí, todo precioso, muy colonial, como podrás imaginarte. Académicamente, todo es comodísimo: tengo mi despacho, mi tarjeta de Harvard para acceder a la inmensa biblioteca, mis llaves para poder salir y entrar del campus y del despacho a cualquier hora del día y de la noche… En fin, que esto está hecho para trabajar de verdad. Por otra parte, ya me he dado un paseo por el “Harvard Yard” que es realmente “awesome”, como dicen aquí. En medio del campus, la estatua de John Harvard (fundador, 1638) con el zapato desgastado (la tradición es tocar el zapato para que dé suerte; véase la foto). La gracia del tema es que Harvard no se fundó en 1638, sino en 1636, que John Harvard no es su fundador, y que el señor de la estatua tampoco es John Harvard, sino un modelo cualquiera. Irónicamente, el lema de la universidad es “veritas” (je, je!). La biblioteca, la Widener, es enorme (también envío una foto). Debe su nombre a un bibliófilo, ex-alumno de Harvard, que se ahogó en el Titanic por ir a buscar un libro a su camarote (como me comentaban unos estudiantes: está claro que Harvard te enseña muchas cosas, pero entre ellas no está el sentido común). La biblioteca ya parece inmensa desde fuera, pero tiene también cinco pisos subterráneos. El departamento de clásicas (otra foto) es de una arquitectura más moderna (irónicamente, de nuevo), pero también resulta bonito. El resto de Cambridge, como digo, muy colonial, con las casas de madera de tres pisos y sus tejados de dos aguas. Por último, Boston también me encanta. En ella se mezcla la historia con la modernidad. Es un lugar clave para la independencia de los EEUU, el camino a la democracia, etc., etc., y, como buenos americanos (y businessmen), lo han sabido explotar. En cuanto a los alrededores de Boston y Cambridge, pues ya te iré contando. Quiero visitar Salem (trabajo de campo para mi tesis, no por ocio, claro J), Nueva York, quizá Baltimore (clave para el estudio de Poe, of course)… Pero sólo los fines de semana, y después de un duro trabajo durante los días laborales, lo prometo."

Ana González-Rivas Fernández

H.L.G.E.

miércoles, 13 de agosto de 2008

ORTEGA Y LA GRAMÁTICA LATINA DE CEJADOR (SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE)


Vuelvo al texto de Ortega sobre la Gramática Latina de Cejador cuya primera parte ofrecí el otro día. Habíamos dejado al pensador disertando sobre conceptos tan complejos como los de "civilización" y "cultura":

"Paralelamente a este olvido de lo cultural se ha mostrado un gran desdén hacia lo clásico: es muy frecuente entre nosotros la creencia de que a la palabra "clasicismo" no corresponde realidad alguna, y que es apta, a lo sumo, para fáciles ampliaciones de una retórica extemporánea. Y, sin embargo, yo pienso que tras ese vocablo alienta místicamente la realidad más granada y plenaria, pues tengo a lo clásico no solo por el embrión de la cultura, sino por el sentido perenne de ella. Si no temiera tanto parecer oscuro -¡Dios me libre de ello, luciferina Ática!- me expresaría de este modo: sólo traslaticiamente puede hablarse de cultura del campo: cultura vale en propiedad como cultura del hombre, y significa eleboración y henchimiento progresivo de lo específicamente humano. Si no se puede apreciar la progresión, la palabra cultura no tiene sentido, y no se puede apreciar aquella si no se supone una dirección, si no se tira una línea guión sobre la que luego hayan de marcarse los grados del avance. Aquí está -creo yo- el problema entero de la metodología histórica, de la historia como ciencia, cuya solución ha encomendado el Demiurgo a este oscuro siglo que va naciendo entre nosotros. Porque es menester clamar tan alto que nos oigan los sociólogos sordos -¡sociología, cuánta barbarie se ha condensado en esta palabra, luciferina Grecia!- es menester clamar que no existen hechos históricos, sino una larga pesadilla de sucesos grisientos e insignificantes donde pone la cronología un ritmo monótono de telar. El mero tamizar aquella pesadilla, para escoger de ella algunos acontecimientos más claros que llamamos representativos y que ungimos con el privilegio de los hechos históricos, es imposible sin esa línea soberana que da un sentido y una afirmación a la cultura. Y no se diga que bastaría una línea simbólica de un progreso en civilización, pues esta es solo instrumento de la cultura, y el progreso en civilización supondrá siempre al cabo la hipótesis de un progreso en cultura con que sopesar los quilates de aquel.

Esa línea magnífica que orienta la historia y pone en ristre los siglos hacia un ideal porvenir necesita, como toda línea, de dos puntos para ser determinada: y el uno, el de oriundez, está en Grecia, donde el hombre nació, y el otro, el de fenecimiento, está en lo infinito, donde el hombre impondrá la urna de su corazón cocida en un horno de Grecia por un alfarero socrático. En la danza general de la vda inserta el clasicismo un gesto de dignidad, gracias al cual aquella danza burlesca se ordena en majestuosa teoría humana.

Clasicismo solo hay uno, clasicismo griego, y los renacimientos serán siempre, forzosamente, un volver a nacer de Grecia, un volver a abrevarse en la energía perenne de las ruinas helénicas, "más perennes que el bronce". Y cuando hoy se habla de un renacimiento sobre el indianismo, se comete cierto abuso indelicado con las palabras, aun cuando por mi parte siento grave respeto hacia el sánscrito, que es el lenguaje con que hablan los sabios elefantes en el junco.

Quisiera escribir corto para que los lectores no se quejaran de mí: y así, al encontrarme en el fin de estas cuartillas, lamento la incontinencia de mi pluma, que sin haber hecho otra cosa que iniciar la cuestión del clasicismo deja intacta la cuestión del humanismo, objeto principal de ellas. Pero era necesario: el humanismo es solo una función del clasicismo. Para indicar lo que en aquel más nos importa a los españoles, bastaría decir: si el clasicismo es el sentido íntimo de la cultura, es el humanismo greco-latino el clasicismo de las "formas" de la cultura, y muy especialmente de las "formas" mediterráneas de la cultura. Estoy convencido de aque las artes españolas serán y deberán ser siempre realistas. Mas por lo mismo, solo manteniendo constantemente ante los ojos las pautas y las normas de las humanidades evitaremos que nuestro realismo caiga en lo chabacano y se arregoste en menesteres infrahumanos. No fue el azar quien inventó el nombre de "humanidades".

De todo ello hablaré otro día: hoy quería solo mentar la obrilla nueva de mi maestro y mi amigo don Julio Cejador, el cual publicó hace unos siete años una Gramática griega, según el método histórico-comparado; hace seis la Introducción a su obra capital El Lenguaje; hace cinco Los Gérmenes del Lenguaje; hace tres La Embriogenia del Lenguaje; hace dos la Gramática del Quijote; hace uno el Diccionario del Quijote; hace dos meses un tomo de ensayos sobre cuestiones filológicas y lingüísticas. Luego de grandes afanes, alcanzó el señor Cejador una cátedra de latín en el Instituto de Palencia. Y ahí está enseñando pretéritos y supinos a unos angelitos celtíberos.

Sin perder compás y buen ánimo, el señor Cejador, que aprendió en las lucha jacobinas con los problemas científicos la clásica virtud de la modestia irónica, ha compuesto un lindísimo arte latino, tan lindo, tan fresco y tan sencillo, que parece un idilio pedagógico. La gramática, el tinglado inorgánico de reglas, expeciones, etc., todo el artefacto enredoso de la pedagogía jesuítica desaparece diluido en una conversación. Porque el Nuevo Método se compone de dos libros: el libro de clase y el libro de casa, y ambos libros se hablan y el diálogo de ambos libros es lo que se me antoja un idilio didáctico, casi tan bello como el otro idilio que os he traído a la memoria de Pan y Siringa."
José Ortega y Gasset

martes, 12 de agosto de 2008

EN RECUERDO DE ANTONIO JIMÉNEZ GARCÍA


Todavía escribo conmovido por la noticia que acabo de recibir en un correo electrónico de Ramón Emilio Mandado Gutiérrez, Presidente de la Sociedad Menéndez Pelayo. Hace unos días, el 28 de julio de 2008, falleció de manera repentina mi compañero y amigo Antonio Jiménez García, profesor de Historia del Pensamiento Español en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Con su partida queda truncado nuestro propósito de sacar adelante un estudio sobre Alfredo Adolfo Camús que contemplase, además de su faceta filológica, el lado filosófico, apenas explorado y tan vinculado al idealismo y el eclecticismo. Tampoco estudiaremos ya juntos a Pedro Urbano González de la Calle, a cuyo padre, el krausista Urbano González Serrano, dedicó Antonio una inolvidable tesis doctoral.
Nos veíamos, si no todos los días, sí todas las semanas, bien en los pasillos comunes de nuestro edificio (él en su Facultad de Filosofía y yo en la de Filología, pero en el mismo piso), bien en el obligado paseo entre nuestro viejo edificio y los nuevos, durante el cambio de clase. Ahí aprovechábamos para contarnos nuestros progresos y, por qué no, algunas de nuestras cuitas personales. No tengo foto de Antonio, pero sí guardo en el Archivo de Historiografia esta imagen colectiva del año 2001, precisamente delante de la Biblioteca Menéndez Pelayo, en Santander, donde se celebraron, con él como Presidente, las V Jornadas de Hispanismo Filosófico. Él está en la segunda fila, pero es más fácil guiarse por la primera, pues al llegar a la tercera persona por la izquierda (algunos me reconoceréis) justo detrás está él. Es una fotografía que se publicó en El Diario Montañés del martes 17 de abril de 2001. Una primavera espléndida en Santander.
La muerte siempre es terrible, pero cuando coge por sorpresa a una persona llena de vida y de proyectos nos sobrecoge aún más.

Francisco García Jurado

H.L.G.E.




lunes, 11 de agosto de 2008

ORTEGA Y LA GRAMÁTICA LATINA DE CEJADOR (PRIMERA PARTE)


Quería hace tiempo dedicar algunas de estas reflexiones a un texto de Ortega y Gasset que, además de rendir justo homenaje a su maestro de latín, Julio Cejador, tiene una calidades literarias bastante notables. El texto, en mi opinión, no debe dejarse de lado cuando se acometa el estudio histórico del método para aprender latín que compuso Cejador precisamente en 1907 (es precisamente lo que va a hacer Javier Espino). Así que, sin más preámbulos, ofrezco la primera parte del texto para que lo disfrutéis:

“SOBRE LOS ESTUDIOS CLÁSICOS” (publicado en El Imparcial el 28 de octubre de 1907)

Aere perennius.- Horatio: Carmina

Pan amaba a Siringa, ninfa moza, de azules venas y de nervios de oro. Y era Pan labrador, pastor de encinas, de ásperas hayas, de sonantes olmos y de vagos ensueños generosos. Pan no era más: en sus espaldas broncas cargaba troncos de árboles y luego quedar solían en sus barbas foscas algunas verdes hojas enredadas. De experta planta, de nervudo pecho, de anchas orejas y de tez tostada, sentía Pan fluir por sus arterias la savia añeja que rezuma el campo… Pero ¿a qué contar más por lo largo esta historia, que todos habréis visto, como yo, contada en algún mármol? Pan perseguía a Siringa; cuando llegó el otoño sopló un viento de sierra que se llevó el alma de Siringa tal vez hasta el cuerpo de una corza. El cuerpo suyo quedó tendido junto a una fuente de alma temblorosa; sus sienes quedaron quietas, aquellas sienes donde la sangre golpeaba con ritmo tan claro, que el ciego Homero, oprimiendo una de ellas con sus anchos labios, hubiese podido componer algunos hexámetros, como dicen que los compuso Goethe digitando sobre el hombro de un italiana a quien amó.
El cuerpo de Siringa estuvo tanto tiempo oculto a las pesquisas de Pan, que en el seno de sus pálidos pechos luminosos, una alondra, en abril, labró su nido. Al cabo hallóle Pan y le dio allí mismo sepultura; y sufría con tamaña reciedad su corazón que se le fue de los ojos aquella mirada oscura de bestia melancólica. Y a la vuelta de unas estaciones nacieron sobre la tierra en que la enterrara los brazuelos tiernos de unas cañas. Pan los cortó y se adobó una flauta al modo pastoril, pero de singular dulzura. Y solía venir no lejos de la fuente; sentábase en el umbral del bosque, sobre el dorso de una piedra blanca e inflando los carrillos al tiempo que el sol transmontaba, hacía pasar al través de las rubias cañas toda el alma de la selva armoniosa. El aire temblaba dentro de las cañas y en la fontana temblaba a ritmo el agua. Este amor doloroso fue la flor de su vida eterna y desde entonces amó todas las cosas estrictamente como solo Pan ama. Quedóse simplemente una tibia melancolía que él se curaba con blandas burlas, saliendo a los caminos a arredrar los labriegos medrosos. Tornando al bosque, pensaba.
Todos conocéis esta historia tan bella que da ganas de llorar, y que como a todas las historias bellas, acostumbramos llamar “mito” por eufonía y por continencia científica. Si la cuento ahora, débese a que ayer mi maestro y amigo don Julio Cejador me envió un Nuevo método para aprender el latín, que ha recién compuesto; esto me llevó a pensar en los estudios clásicos, estos al clasicismo griego y este a restaurar la pastoral antigua que os he traído a la memoria.
Porque veo yo en Pan antes de sus amores un símbolo de la bestia blanca de Europa antes de Grecia, que viene a ser la Siringa de la fábula. Como en Siringa se hizo la bestia Pan, Dios-Pan, se hizo hombre en Grecia la blanca bestia. Sin la disciplina helénica solo hubiera sido una posibilidad más hacia lo humano, como lo fueron la bestia metafísica asiática o la bestia totemista de África.
Fue preciso que llegara la claridad de Grecia para que los nervios del antropoide alcanzaran vibraciones científicas y vibraciones éticas; en suma, vibraciones humanas. Dejo para unas disputas que estoy componiendo contra la desviación “africanista” inaugurada por nuestro maestro y morabito don Miguel de Unamuno, la comprobación de este aserto mío: que el hombre nació en Grecia y le ayudó a bien nacer, usando de las artes de su madre, la partera, el vagabundo y equívoco Sócrates.
Acaso no haya habido época de las plenamente históricas, tan ajena como la nuestra al sentimiento, a la preocupación de la cultura. Hoy nos basta con la civilización, que es cosa muy otra, y nos satisfacemos cuando nos cuentan que hoy se va de Madrid a Soria en menos tiempo que hace un siglo, olvidando que, solo si vamos hoy a hacer en Soria algo más exacto, más justo o más bello de lo que hicieron nuestros abuelos, será la mayor rapidez del viaje humanamente estimable. Pues habremos de reconocer que la civilización no es más que el conjunto de las técnicas, de los medios con que vamos domeñando este ingente y bravío animal de la naturaleza para las intenciones sobrenaturales. Adviértase que no digo sobrehumanas, sino sobrenaturales, y ejemplo de estas puede ser la institución del socialismo, o si es de la otra banda, el fomento del sobrehombre. (…)”

(continuará en el próximo blog)

José Ortega y Gasset, “Sobre los Estudios Clásicos”, en Misión del bibliotecario y otros ensayos. Segunda edicion, Madrid, Revista de Occidente, 1967, pp. 21-24